¡Venid rápido! ¡Estoy bebiendo las estrellas!
Esta célebre frase de Dom Pierre Pérignon, el inventor del champán, podría adaptarse como el reclamo perfecto para cualquier establecimiento donde sirvan todo tipo de bebidas, porque allí, en esas alargadas y luminosas barras, en esas mesas nocturnas o terrazas, el tiempo se detiene y podemos ver las estrellas y si hay compañía o soledad bebérnoslas.
Los bares y los cafés han cumplido desde siempre su misión, como las iglesias, los colegios o las farmacias, son templos donde los hombres pueden orar a su manera, aprender o curarse de los males del mundo, unos templos sin columnas que se sostienen sólo por el líquido de sus botellas, por voces y ensoñaciones donde la realidad tiene a veces una arquitectura mucho más verdadera que la que nos sujeta por dentro.
No existe geografía o ciudad que no tenga un café o un bar, son el kilómetro cero de cualquier barrio o camino. El primer y último lugar donde refugiarnos.
El norte de estos lugares aparece imantado en nuestro existir porque allí está el encuentro con el placer y la palabra, un triángulo que llevamos dibujado en nuestro ADN desde que tenemos sed.
Los hay de todos tipos, los saloons del western, los grandes y lujosos cafés de época, los cafés cantantes, los night clubs, los de las célebres tertulias literarias, los antros, los bares de carreteras, las tabernas, los clubs del jazz y de rock, los pubs y las cervecerías.
«La civilización comienza con la destilación» escribía William Faulkner, y no estaría bien contradecirlo en este Litoral donde también usamos la ebullición selectiva y la condensación para seleccionar los apartados que aparecen en sus páginas, tan variados y coloridos como las etiquetas de las botellas o en el humeante café sobre las barras.
Es un tiempo extraño y confuso el que estamos viviendo. El virus que nos ha quitado la sonrisa y nos tiene amordazados, también ha trizado brutalmente estos lugares de encuentro, de amistad y libertad, donde el amor a veces tropezaba con las mesas y las sillas buscando unos brazos o un corazón donde refugiarse.
Esperemos que pronto estos templos vuelvan a ser los mismos, que vuelvan los bebedores, los borrachos y los solitarios, que la música suene muy alta, que haya abrazos y besos entre parejas y que cualquiera pueda beberse, si se le antoja, las estrellas.