Los árboles, esos sondeadores infatigables, como los llamó Vicente Huidobro, siempre se agitan y nos observan por las ventanas cuando preparamos la revista. Muchas veces hemos tenido que cerrarlas para que no supieran lo que hacíamos y se lo contaran a los vientos.
El árbol siempre ha sido un símbolo constante de inspiración, una columna de vida que se abre con exuberancia delante de creadores de todas las épocas. Ha sido el modelo perfecto para que se adentraran poetas y pintores, libres de toda sospecha, en la vida interior de la naturaleza, y ahondaran con la punta del pincel o el borde de la palabra en los misterios de la existencia.
La presencia del árbol en la poesía y el arte trasciende el espacio y el tiempo, y por tanto éramos conscientes desde un principio que este paseo por campos y jardines terminaría en una emboscada. Esos árboles-hombres que le hablaban a Juan Ramón Jiménez se abalanzarían sobre nosotros convirtiendo este Litoral en un populoso bosque muy difícil de atravesar.
Dicen que quien planta un árbol, bajo el cual sabe muy bien que nunca se sentará, es que ha empezado a descubrir el significado de la vida. Nosotros hemos plantado aquí cientos, con la semilla de todos los paisajes, en busca también de significados que solo el arte y el pensamiento nos podrían dar. Desde ese árbol lleno de sabiduría que se adoraba en la antigüedad, presente en tantos mitos y leyendas, con serpientes enroscadas y paraísos perdidos, hasta nuestros días esta planta perenne que desafía la fuerza de la gravedad y la de los vientos ha querido asomarse a estas páginas mostrando todas sus divinas proporciones. Si lo fragmentamos, sus raíces, sus troncos, sus ramas y hojas nos dan algunas pistas. Si lo seguimos y vemos cómo se viste en cada estación encontramos otras. Distintos significados tendremos si lo observamos en las riberas, ciudades o jardines. Hay otro pensar en los solitarios, en los que los envuelve la niebla o sufren la lluvia, y también en esos árboles con sentidos que nos miran, nos hablan y en cuyas cavidades habitan todo tipo de criaturas.
El trabajo de ordenar esta geografía vegetal, vertical y poética ha tenido muchas compensaciones, tantas como el caminante a la luz de una mañana paseando por el campo, o ese hombre cansado que se sienta a la sombra en un parque.
El árbol es uno más de los grandes misterios que tiene la vida, como el amor; como esos pájaros que cantan y anidan en sus ramas.
LORENZO SAVAL