EDITORIAL
Tengo mis temores
de que, hablando de amores,
es demasiada luz la luz del día
Percy Bysshe Shelley
Siempre sentimos temor cuando Eros, el más hermoso de los dioses, el que produce desmayos como dijo Hesíodo, nos invita en pleno día a nadar en su laguna. Unas aguas desnudas en el papel de este Litoral que reflejan todo el placer y los anhelos que puede albergar en su cuerpo el ser humano.
Cuerpos brillantes cuando el amor los lustra, pero también luminosos cuando se sumergen en la oscuridad y son prisioneros de la pasión, la perversión y la lujuria.
Artistas de todas las culturas y épocas han tenido siempre a Eros en las líneas de la mano, porque allí estaba el goce, lo prohibido, y no hay mayor placer que plasmar y sentir esa pulsación en una obra escrita, en un cuadro o en el propio cuerpo. La excitación sexual es uno de los mayores regalos de la naturaleza. Cuando el ritmo cardíaco aumenta ayudado por el simpático, la rama del sistema nervioso que dilata las pupilas y otras partes del cuerpo, nada nos parece más importante en el mundo.
Para dibujar las geografías del deseo y sus planos del placer tuvimos que estar dispuestos a atravesar todas las fronteras, sin censurar ninguna erección, orgasmo, perturbación o extravío que tuviera su razón de ser, su destino o su horario en este poético y visual viaje a la sensualidad humana.
«El erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte», escribió Georges Bataille, y para confirmar esta reflexión Oliverio Girondo sentenció: «El sexo mueve el mundo, lo hace girar, vibrar, temblar, los seres se miran, se presienten, se respiran, se acuestan, se olfatean».
Sexo es la palabra reina, la más buscada en Internet. Las cosas cambiaron cuando las redes sociales sustituyeron a Playboy, icono de varias generaciones que buscaban la excitación sexual en sus páginas. La mítica revista capitaneada por Hugh Hefner dejó de tener sentido ante la imposibilidad de competir con las nuevas tecnologías, porque el roce de los dedos sobre un teclado podía materializar al instante en la pantalla cualquier extraordinaria criatura, o el deseo sexual más apetecido. Lo íntimo se transformó en público perdiendo la razón de su misterio. «El pobre y honesto sexo, como la muerte, debería ser un tema privado» decía Lawrence Durrell, pero ya no lo es.
Litoral saltó ciertas reglas y rompió algunos espejos hace treinta años publicando Del goce y de la dicha, la antología de poesía erótica preparada por Rafael Pérez Estrada. En aquel momento tuvo una gran aceptación, causando además cierto revuelo, que es lo mínimo que se le puede pedir a una edición de estas características, donde los creadores y el lector se desnudan y revuelcan en la misma alcoba conscientes de ser observados.
Adelante pues, la laguna de Eros nos espera iluminada, aunque sea «demasiada luz la luz del día».
LORENZO SAVAL