EDITORIAL
Si encendiéramos de pronto todos los faros que aparecen en las páginas de este Litoral, la poesía y las palabras se iluminarían por dentro y tendrían como las luciérnagas una razón lumínica en el cuerpo para seguir existiendo.
Esta revista que siempre ha estado en contacto con el mar, tiene todo el derecho a elevarse de pronto como una torre y buscar la razón de su existencia, que no es otra que el de querer proyectar su luz para iluminarnos a través de la literatura y el arte.
Un Litoral de faros, claro que sí, ahora que están todos perdiendo su misterio y son abandonados y automatizados, es justo reconocerlos como la arquitectura más poética de todas las que han existido y buena prueba de ello es el inmenso material artístico y literario con el que nos encontramos. Ni los viejos castillos, ni los más elegantes palacios o salones han tenido ese aura, ese campo de energía que ha tenido un viejo faro en un acantilado, sobre una colina o en el horizonte.
«Tú eres mi faro. / Y tú tienes la culpa / de mis naufragios», escribía Luis Alberto de Cuenca. No me equivoco al decir que muchos han tenido en sus vidas un farero loco en el corazón y un naufragio para olvidar.
Estremece llegar a estos faros, a su señal, a su océano, a sus sueños, a esas islas perdidas por el inmenso oleaje. Inquieta conocer su naturaleza. Herman Melville, Julio Verne, Edgar Allan Poe, Joseph Conrad, Rudyard Kipling, H. P. Lovecraft o Virginia Woolf nos han contado sus historias, y el cine, nos ha ilustrado con otra luz su latir y sus destellos. Es obligado también hablar de los artistas que los han inmortalizado como Edward Hopper o, en España, Eduardo Sanz, y de los poetas, de todas las latitudes, que han encendido desde siempre su luminoso lenguaje.
Este Litoral nos devuelve, en cierto sentido, a sus orígenes a esa «Canción del farero» de Emilio Prados: «Desde el balcón más alto /de mi faro, / pesco con caña. / Veinte metros de hilo / y un anzuelo de plata…».
Lorenzo Saval
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