EDITORIAL
Hoy llegó a mi botella una isla. Parece desierta.
Pablo Gonz
Es costumbre en esta nave, en la que se ha convertido Litoral, tener en la mesa, junto a la brújula, la botella y los compases, un breve pensamiento, un verso o una cita que sirva de carta de navegación durante la travesía.
Cuando nos propusimos hacer este viaje insular, después de una geográfica y sentimental decisión, lo primero que retumbaba en cubierta eran esas Islas invitadas de Manuel Altolaguirre, un libro aparecido en 1926 en los primeros suplementos de Litoral, cuyo título podría ser la bandera de cualquier expedición donde las islas tuvieran un destino similar al nuestro.
Pero también escuchábamos el eco de otras islas, aquellas que ambientaron nuestra imaginación desde pequeños, tierras rodeadas de misterio, aventuras y tesoros. Quizás allí radica esa primera fascinación por las masas terrestres aisladas por las aguas, dueñas de su destino y de su belleza en innumerables batallas contra el invasor y la naturaleza.
A medida que avanzábamos, aparecían en el horizonte islas utópicas míticas, paradisiacas, fantásticas, la postal del arte y la literatura haciendo turismo por todos los mares. Cientos de poemas cuadros y fotografías flotaban en un principio sobre nuestras cabezas, como la isla volante y circular que imaginó Jonathan Swift en los viajes de Gulliver, pero en este Litoral en el que estamos siempre hay que llegar al final, no importa si como náufragos o fareros.
De todas las islas recogimos pequeñas muestras, mensajes y señales, esa huella que puede dejar la poesía en la arena de los mapas cuando nos adentramos en su búsqueda. El itinerario fue circular, como el mundo, con ojos de pájaro o de capitán de velero, pintando los azules y las coordenadas de las costas con el vaivén del viaje.
Toda isla es bella, hasta la más insignificante, las malditas tienen ese terror aislado por las aguas que las hacen estremecedoras, las islas cementerio sobrecogen, las fantásticas y paradisiacas nos elevan por tempestades de palmeras y nubes bajo un sol radiante. Todo ser es una isla esperando a veces un abrazo en el horizonte.
Pero también están esas vergonzosas islas prisión con historias terribles que degradan al ser humano, o ese séptimo continente de islas basura que amenazan de una manera brutal los océanos del planeta.
Pierre Loti además de ser el escritor favorito de Marcel Proust y uno de los más populares de su tiempo, fue un excelente dibujante que retrató en sus viajes numerosas islas remotas, quizás junto a la brújula, los compases y la botella habría que poner estas líneas de Loti cuando lleguemos a puerto.
Vivimos en una pequeña isla de luz rodeada de un insondable y tenebroso piélago de misterio.
LORENZO SAVAL