EDITORIAL
Hay más placer en hacer un jardín
que en contemplar el paraíso.
ANNE SCOTT-JAMES
Los jardines fueron creados para que sintieran placer nuestros sentidos. Estos espacios son estancias reservadas para la contemplación, un lugar íntimo y casi secreto donde la naturaleza puede mostrarnos con orden y concierto toda su belleza. Cicerón, uno de los más grandes estilistas de la prosa en latín, decía que si cerca de tu biblioteca tienes un jardín, no te faltará nada. Ciertamente en esos espacios y en la lectura está todo lo que puedes necesitar para entender el flujo natural de la vida.
Artistas de todas las geografías han querido pintarlos y poetas con la palabra descifrarlos. Muchos de ellos se han perdido en el laberinto de sus formas en busca de ese paraíso perdido donde Dios puso al hombre después de haberlo creado.
Los jardines nunca están callados, siempre nos están diciendo cosas, hay un lenguaje secreto en las plantas, en los insectos y en todas esas criaturas que los habitan que muy pocos pueden descifrar. Observar un jardín es un acto de meditación, hay un modo especial de consciencia cuando nos adentramos en sus senderos y en esos coloridos territorios respirando y oliendo sus vientos, cuando escuchamos sus pájaros, el murmullo del agua en sus arroyos o fuentes y sus silencios.
Hay que reconocer a los jardineros como los grandes maestros del arte de vivir, que nos han enseñado entre otras cosas el gran secreto de la paciencia, porque hay que tenerla para ver brotar y crecer la esperanza. El arte de la jardinería roza la perfección y es lógico descubrir en la historia del arte artistas de la categoría de Cézanne, Seurat o Monet retratando a jardineros como si fueran los príncipes de un reino perdido. Borges, en uno de sus arrebatos decía: aprende a plantar tu propio jardín y decorar tu alma en lugar de esperar a que alguien te traiga flores.
Debemos estar atentos y vigilantes a las necesidades del jardín, escribió el poeta Stanley Kunitz, que comparaba los niveles de su jardín con las estrofas de un poema, porque los jardines expresan fusión, secretos, mutabilidad como las palabras. Un lugar imaginado y sagrado donde el creador y las criaturas de su entorno beben de las mismas fuentes subterráneas y profundas de la tierra.
Lorenzo Saval
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Esta edición ha sido publicada con ayuda de la Consejería de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía