Rara era la película que en los albores del cine no se presentara, tras o junto al título, con las palabras poesía, poema o poeta. Claro está que, en esos sus primeros pasos balbuceantes, el cine no conseguía independizarse de lo literario -en este caso, de la poesía escrita-, resultando una mera ilustración visual del signo semántico. Sin embargo, muy pronto, con David W. Griffith, que tantos caminos alumbró para su posterior desarrollo como arte, las posibilidades de un cine poético que no tuviera que abastecerse del poema literario se mostraron ciertas y muy variadas.
Javier Herrera, director de la Biblioteca de la Filmoteca Nacional, ha hecho posible, como si de la fábrica cinematográfica se tratara, un antiguo y deseado sueño de LITORAL. Conviene recordar que uno de sus fundadores, Manuel Altolaguirre, acabaría apasionado, como ya lo estuviera por la poesía y por el arte de la impresión de libros, por el cine, siendo guionista, productor y directos en sus años de exiliado. Y también que aquel primer LITORAL, tan atento a todas las manifestaciones artísticas nuevas, no olvidó incluir algo sobre la moderna experiencia cinemática, que con tanto furor calaba en las vidas y en las obras de los jóvenes artistas del 27 -así, como por ejemplo, las Palpitaciones cinelandesas de Ramón Gómez de la Serna-.
En este número titulado La poesía del cine Javier Herrera ha recabado la opinión de los mayores especialistas, historiadores y teóricos –Román Gubern, Agustín Sánchez Vidal, C. B. Morris, Demetrio Brisset, Pérez Bowie… la lista es interminable- sobre la existencia de un cine genuinamente poético. Ha rescatado de libros y hemerotecas los mejores artículos, reflexiones, entrevistas, poemas… de los críticos y artistas que vivieron con fervor la eclosión de un arte nuevo –Canudo, René Claire, Virginia Woolf, Blaise Cendrars, Esptein, Buñuel, León Felipe, Adriano del Valle, Francisco Ayala, Guillermo de Torre, Jiménez Caballero, etcétera, etcétera-. Ha estudiado los precedentes del universo cinematográfico, las máquinas y juegos que hoy consideramos sus antepasados, así como la ayuda que procedimientos técnicos u otras artes –por ejemplo, el montaje y la música- conceden al elemento poético de un filme. Se ha centrado en la aportación española a la historia de un cine poético, con especial atención a la interrelación entre los artistas y poetas y el séptimo arte –Dalí, Buñuel, Lorca, Alberti, Cernuda…- o a casos pioneros y ejemplares de nuestro cine de aquella época como José Val del Omar. En ese sentido, se publican en este número interesantísimos documentos inéditos que arrojan luz sobre la vida y la obra de nuestro cineasta más emblemático, Luis Buñuel. Y por último, se recogen en una antología los poemas más importantes, tanto de autores españoles como extranjeros, inspirados en el cine cuando éste apenas acababa de irrumpir en la sociedad y en las artes. Los textos, como es habitual en la revista, van acompañados por una amplia colección de las obras plásticas y las fotografías más importantes que a lo largo del siglo XX han tomado el cine como tema de creación.
Por todo ello, resulta un número intenso, clarificador e indispensable acerca del nacimiento, desarrollo y entrada por derecho propio del cine en el mundo de las artes. Un número que, como tantos espectadores del planeta, pone sus ojos en el misterio poético, esta vez no leído, sino visto, escuchado, sentido en la comunión de la sala a oscuras.
La oreja habla y el ojo escucha
Paul Eluard
Le oí decir un día a Román Gubern que el cine es el primer encuentro de la máquina con la poesía. Me recordó aquellos primeros collages surrealistas donde alguna extraña máquina hacía girar la palabra hasta darle un movimiento visual, plástico, y el misterio, aunque enmascarado, tenía esa sombra que deja la poesía cuando se la ilumina. En ese primer encuentro el ojo escucha las imágenes, como dice Eluard, y la oreja habla para contarnos lo que ha visto. Dalí, en su collage Le phénomène de l’extase, refleja también esto.
Y qué escucharon esos primeros ojos que vieron una pantalla iluminada sino el éxtasis que da el silencio cuando se mueve, que no es otra cosa que la poesía del cine.
Hace varias décadas que LITORAL tenía en la mente dedicarle un número al cine. Luis Buñuel, por sí solo, hubiera merecido un monográfico sobre su obra (José Bergamín y José María Amado hablaron un día de rendirle un homenaje en vida que nunca llegó a hacerse). Pero nuestra ambición era mayor y el proyecto se fue inflando cada vez más hasta llegar a parecer un zepelín en la nostalgia de un viaje imposible.
Y fue iniciado el siglo cuando en unas jornadas dedicadas a Buñuel, que organizamos en el Centro Cultural de la Generación del 27, conocí a Javier Herrera y le hablé del zepelín, que hasta entonces languidecía junto a otras naves también vencidas.
Nos entusiasmamos de tal manera, que el primer enfoque del número contenía todos los volúmenes babilónicos de un decorado de Griffith. Con más calma, el primer borrador tenía entre sus posibles colaboradores a 23 historiadores, críticos y teóricos, 53 cineastas, y otro tanto de escritores y artistas plásticos. Aun así, estábamos muy por encima de la habitual paginación de la revista. De ahí que tuviéramos que optar por dividir tan fecundo material en dos entregas. Hoy entonces ofrecemos, desde esta revista malagueña que tuvo a un cineasta poeta como Manuel Altolaguirre entre sus directores y acogió las Palpitaciones cinelandesas de Ramón Gómez de la Serna en 1926, la primera de ellas.
Canudo calificó el cine como el séptimo arte. Un arte del que Buñuel nos advierte: El día que el ojo del cine se despierte, el mundo prenderá fuego.
Antes de arder, dejemos que la máquina siga encontrándose con la poesía.
Lorenzo Saval