La felicidad en estos tiempos en que vivimos puede parecer una utopía. Pero este ánimo de gozo encumbrado por Aristóteles como un volantín para la historia, al decirnos, que es la finalidad última de la existencia humana, nos proporciona un destino, al que toda criatura anhela llegar alguna vez en su vida. Allí los deseos se cumplen, hay placer, encuentros, paz, buen tiempo, no existe el dolor y la memoria es olvidadiza.
Es imposible trazar en un mapa los destinos de la felicidad, cada ser guarda en su corazón, en su maleta o en su bolsillo, una brújula distinta que le indica el norte de su alegría, sentimiento que es el traje por antonomasia de la felicidad. La alegría te hace dar saltos, gritar, manifestar el éxito y la victoria, y dejar atrás por unos instantes ese miedo existencial que oscurece todos los caminos.
Pero la alegría es sólo una prenda más que guardamos en el armario, esta emoción también está por excelencia en el amor, en las caricias y de una manera muy especial, en la amistad. Qué verdad aquello de que la felicidad es la única cosa que se multiplica cuando es compartida. También la encontramos en todos nuestros sentidos. En la música la escuchamos, en el tacto la rozamos y con esa visión estética que llamamos belleza nos extasiamos.
Dichosos aquellos que han hecho visible lo invisible, porque allí, en esos territorios transparentes se esconde y es posible encontrarla. En este viaje que empieza en los clásicos y el mundo antiguo, hasta llegar a la inteligencia artificial en la que hoy en día pernoctamos, la poesía y el pensamiento han estado siempre expectantes.
Vestirla en estas páginas con arte y literatura no ha sido fácil, es escurridiza, no le gusta posar, le gusta la infancia, la naturaleza, el azul del océano en los mapas, como en aquel poema de Pedro Salinas, las nubes, los amantes y los colores vibrantes del paraíso, pero también esas noches donde el misterio y el silencio guardan sus felices arrebatos.
En estos últimos años, la felicidad ha estado silenciada y amordazada, la pandemia y otras penalidades como el cambio climático nos han tapado el rostro quitándonos el primer distintivo del gozo que tenemos dibujado en la cara: la sonrisa. Hasta los ojos han aprendido a sonreír con tristeza detrás de una mascarilla. Pero el término felicidad, como decía Carl Gustav Jung, perdería todo su significado si no fuese compensado por la tristeza.
Esta emoción es fugaz, sabe exactamente la brevedad y los tiempos que deben de tener sus apariciones, no hay excesos y si los hay, son sólo fogonazos que se quedan guardados al fondo de la memoria. Happiness is a warm gun escribía John Lennon en una canción de los Beatles. Sí, la felicidad es un arma caliente que nos dispara al corazón, siempre con la complicidad de un buen sueño, que es el lugar donde reposan todos los deseos.
Lorenzo Saval