Hace unos quince años fui a un ciclo de lecturas en la Universidad de Málaga llamado Presencias Literarias. El poeta invitado era Luis Alberto de Cuenca y yo tenía un interés especial en conocer al autor de una poesía que me había hecho temblar por dentro en una época que estaba muy necesitado de sacudidas, tan vitales para quien dirige una revista de poesía.
Mientras caminaba al lugar de la lectura, trataba de acordarme de algunos de sus poemas, de visualizar el rostro de ese poeta que había conseguido emocionarme y que ahora escucharía por primera vez. De pronto percibí que alguien me seguía por el largo corredor del campus. Cuando te siguen te das cuenta porque oyes siempre el corazón de tu perseguidor mezclado con el ruido de tus pasos.
Giré el rostro y observé a una chica que se sonrojó al saberse descubierta. Era tan hermosa que yo me turbé también y con esos tonos vivos en nuestros rostros nos dirigimos una larga sonrisa de complicidad. No podía estar pasándome a mí, esto sólo sucede en las películas, en las narraciones ficticias, en los poemas de amor inacabados o en los sueños que no queremos nunca olvidar. Pero ella estaba allí esa mañana, entregada, dispuesta a que yo le dijera cualquier cosa para caer rendida. Poco importaba ya la lectura, la poesía y todas esas razones que me llevaron allí aquel día.
Entonces salieron de su boca las primeras palabras: —¿Tú eres Luis Alberto de Cuenca, verdad?
—No —dije con pesar—, te has confundido, sólo he venido a escucharle.
Desde aquel día, Luis Alberto ha sido para mí un héroe de ficción con licencia para matar encuentros fortuitos. Un héroe como podría serlo cualquiera de los que deambulan por su poesía y por las películas de Hawks que tanto le gustan, conquistando sombras y todos los territorios salvajes y olvidados que esconde la pasión.
Cuando el equipo de Litoral decidió dedicarle este volumen al autor madrileño sabíamos a lo que nos enfrentábamos. Por un lado, estaba el poeta de la línea clara, con una poesía que dan ganas de leérsela a los espejos y verse reflejado en ella cuando la vida y el corazón están en llamas. Y también estaban el ensayista, el filólogo, el traductor, el bibliófilo, el erudito, el helenista, el cinéfilo, el bon vivant, el letrista de canciones pop, el amante y el lector de cómics clásicos Si a Luis Alberto hubiera que cocinarlo necesitaríamos ingredientes exóticos en abundantes cantidades y una receta muy bien elaborada porque es todo un banquete para degustar en una revista de las características de Litoral. Si hubiera que pintarlo le pediría a Brueghel el Viejo que trazara el paisaje, a Magritte que perfilara el traje y el sombrero y a Alex Raymond que lo metiera en una viñeta en que aparecieran piratas, vaqueros y sensuales mujeres como Hedy Lamarr o Mae West con un guión de Dashiell Hammett.Y si tuviera que hacer un número de Litoral galáctico, un viaje por el tiempo y los sueños, donde se asomaran todas las estrellas por las escotillas del cohete, me bastaría con la Princesa Leia para que el poeta, uno de los más grandes de la España contemporánea, le dirigiera sin miedo y con algo de esperanza sus últimas palabras.
LORENZO SAVAL