Revista Litoral número 249

ROCK ESPAÑOL. POESÍA & IMAGEN
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A finales de los ochenta me encontraba recortando a esa niña desnuda que aparecía en la carátula del disco de Blind Faith editado en 1969. Esta portada fue una de las más controvertidas de la historia del rock, obra del fotógrafo Bob Seidemann. La niña (ahora psicoterapeuta en Londres) era la hija de Ginger Baker, batería de la banda, en la que también se encontraban Eric Clapton, Steve Winwood y Ric Grech. Muchos la recordaréis con un «fálico» y brillante avión de metal en la mano sobre un prado verde.
Esa chica adolescente era el centro del collage de portada del número de la revista que dedicábamos a La Poesía del Rock, una idea surgida unos años antes junto a mi confidente y amigo Miguel Ángel Fernández y que fuimos elaborando y desarrollando durante meses con la colaboración de Alberto Manzano. El ejemplar apareció en noviembre de 1989 y, entre otras rarezas, contenía una partitura original de Thijs van Leer (Focus) y acuarelas y un poema inédito de Leonard Cohen.
La edición cumplía varios objetivos: por un lado, hacer hincapié en esa vieja tradición de Litoral de incorporar a músicos entre sus pasajeros. En los años veinte ya viajaron por estas páginas Don Manuel de Falla, Gustavo Durán o Cristóbal Halfter; y por otro lado, mostrar una literatura escuchada pero no leída ni bien comprendida hasta entonces, como era la poesía que aparecía en muchas letras del rock anglosajón. Se tradujeron cientos de textos para saber lo que verdaderamente decía esa música que había marcado nuestras vidas. El resultado sólo se puede explicar diciendo que ha sido el número más buscado y solicitado de la historia de esta revista, que ha generado otros dos volúmenes como fueron La Poesía del Jazz y la Poesía del Flamenco y que ahora es el espejo en el tiempo de este Rock Español que ahora presentamos.
Mientras recortaba a la ahora psicoterapeuta y le quitaba el avión para ponerle una humeante pipa de hachis en sus manos, ya estaba pensando que cuanto antes teníamos que hacer un Litoral con la poesía del rock escrito en España. Pero para hacerlo necesitábamos un coordinador y una buena banda para que estas páginas en el total silencio de un libro sonaran bien. Ya nos advertía Paul Simon que nadie se atreverá a perturbar el sonido del silencio.
Pasaron muchos años de desconcierto hasta que conocí al periodista Manuel Bellido, y lo animé para que pusiera en marcha otra vez este antiguo proyecto. Con él se volvieron a encender los focos, puso al gran Sabino Méndez a la cabeza y formó la mejor banda posible para que este Litoral se transformara en un macro concierto de ideas donde latiera desordenadamente el verdadero corazón del rock. Si estuviera ahora sentado en el diván de la hija de Ginger Baker, le diría que nací cuando apareció uno de los términos más bonitos del último medio siglo, que es el de alta fidelidad, y que luego bailé el Rock around the clock de Bill Halley & the Comets debajo de un gran piano de cola que había en el salón de casa. Que con quince años la vi por primera vez, mientras escuchaba Can’t find my way home, y que veinte años después la recorté para ponerla en la portada de una revista de poesía donde habían colaborado entre otros Lorca y Picasso.
Si aspiramos profundamente la pipa que aparece en la portada de aquel Litoral, quizás encontremos el conocimiento silencioso del Don Juan de Castaneda asentado en nuestros pulmones, afirmando que siempre somos nosotros quienes complicamos todo al tratar de transformar la inmensidad que nos rodea en algo razonable.
Y lo razonable sería decirle ahora a la hija del que fue batería de Cream que otros veinte años después vuelve a aparecer en mi vida, que no voy a recortarla esta vez, pero que vuelvo a pensar como antes, en todo lo que sigue faltando para que este inmenso y silencioso concierto no tenga nunca fin.
Primero habría que hacer la poesía de los cantautores, tanto españoles como latinoamericanos: Joan Manuel Serrat, Luis Eduardo Aute, Luis Llach, Raimon, Pablo Guerrero, Víctor Jara, Javier Ruibal, Rosa León, Víctor Manuel, Ismael Serrano, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Pedro Guerra, Bebe y tantos otros que con su música han difundido la sensibilidad poética hasta convertirla en un espectáculo multitudinario.
Y no quiero decirle a Mrs. Baker (con esa familiaridad que dan las horas de diván) que a veces también pienso en los clásicos, en el folk, en tangos y boleros, y que si las sesiones de terapia se alargan hasta podríamos hacer un rap con todos estos pensamientos.
John Lennon, uno de los más grandes poetas que ha dado la música moderna junto a Bob Dylan, decía que no hay tiempo para leer poesía, pero que sí hay tiempo para escucharla. Yo creo que siempre habrá tiempo para descubrir viejos y nuevos textos sin la música que nos haría bailar, o desear inclinarnos hacia unos labios para descubrir su esencia. Hay tiempo para todo: para volver a leer a grandes poetas como Pau Riba, Joaquín Sabina o Antonio Vega; a entender a auténticos filósofos como Sisa o Kiko Veneno; a saborear a grandes pensadores como Santiago Auserón o a codearnos con íconos del rock como Miguel Ríos.
Miguel (el monstruo más grande que ha dado el rock hispano) ha sido testigo, al igual que otros amigos músicos, de las dificultades que entrañaba lograr que este gran concierto de papel tuviera buen sonido. Las preguntas eran siempre las mismas: ¿Hay suficiente poesía en la música española como para hacer una edición de estas características? ¿Dónde están los límites del Rock (como término anglosajón) para agrupar a una serie de estilos y autores españoles?
Un amigo que descargaba y montaba los equipos detrás del escenario me dijo una noche cuáles eran los cuatro principios básicos de un roadie: Si ves algo líquido, bébetelo. Si algo flota en el aire, fúmatelo. Si algo se mueve, fóllatelo. Y si no se mueve, mételo en el camión. Aquí hemos metido todo lo que pudimos en el camión. Pop, cantautores eléctricos, Pop Rock, Heavy Rock, Punk, Indie, en suma, todo aquello que no desafinara con los primeros objetivos que nos habíamos planteado, que como siempre en estas playas eran descabellados y no aptos para puristas.
En muchos casos el silencio marcó nuestra baraja. Hay quien afirmaba, con cierta razón, que lo mejor del rock español de aquellos primeros años eran los nombres de los grupos, algunas letras y las carátulas de sus discos. Pero también es verdad que donde antes veíamos una vulgar copia de lo que nos llegaba de afuera, ahora encontramos una poesía adherida en gestos y formas cuyo mejor lector no sólo es la nostalgia, sino también ese fetichista indomable que todos llevamos dentro. En este sentido, confesaría en el diván, que todavía no puedo olvidar a Rubi con los Casinos cantando Yo tenía un novio que tocaba en un conjunto beat.
Esa minifalda la recuerdo como la poesía en el estado más puro. Y tampoco podría olvidar a las primeras Birmettes, donde esta vez la poesía bailaba con la inocencia un funk que te trizaba por dentro. Ana, una de ellas, sin saber que yo había sido un peligroso fan encubierto, me mandó durante un tiempo unos cuentos muy buenos que escribía para que se los comentara. Son recuerdos que como letras de canciones aparecen en la memoria y que apetece tararearlas de vez en cuando para que tenga música el olvido.
En una nueva sesión, ya más relajado, diría que descubrí verdaderamente la poesía del rock español escuchando a Nacha Pop en los ochenta. Nacho García Vega, y sigo tatareando, recordará un partidillo de fútbol aquí en el jardín de casa con los gigantes luchando al fondo. Su primo Antonio, no hace falta decirlo, ya ha pasado a la historia como el gran poeta del rock y sirvan estas páginas para elevarlo a esos altares que siempre tienen que tener arriba los elegidos.
Otro día de terapia no ocultaría que he jugado siempre con cierta ventaja. Mi hermano Paco, músico, mis mejores amigos músicos, siempre han sido ellos los que me han llevado como un espectador de excepción a los grandes conciertos, me han enseñado su música en los primeros hervores y en ocasiones hasta han llegado a hacerme cómplice de su arte, como Joaquín Sabina al pedirme que realizara el escenario de su gira Ultramarinos. Sabina se merece por méritos propios no unas líneas aparte, sino un Litoral aparte y el más cómodo sillón de la Academia. Sale del corazón mencionar aquí a amigos del alma que fueron pilares del rock español como Tato Gómez (autor de Bienvenidos), Mario Argandoña o John Parsons. Y por supuesto no olvidar tampoco a esa otra familia (también del alma) que uno tiene como son Carlos Narea y Sergio Castillo. A Carlos, el David Niven de los productores musicales, como le definió alguno, y figura indispensable en estos océanos donde queremos navegar, le debo su implicación en este proyecto, con valiosos consejos, al margen de proporcionarme un material exquisito como son los manuscritos inéditos de Antonio Vega que aquí reproducimos.
Pero Litoral no es sólo una revista de poesía y pensamiento: el arte, el diseño y la caligrafía han tenido siempre un lugar destacado en estas páginas y el rock español era una mina donde se podía encontrar la obra de grandes artistas, a veces muy poco valorada en críticas y reseñas.
Desde Iván Zulueta a toda una generación deslumbrante de pintores, fotógrafos y diseñadores que ilustraron los discos de esas primeras décadas del rock español. Allí estaban entre otros Ceesepe, El Hortelano, Javier de Juan, Jacobo Pérez Enciso, Alberto García Alix, Ouka Leele, Javier Vallhonrat, Javier Mariscal, Juan Gatti, Máximo Moreno, Óscar Marinee y Montxo Algora.
Luego los años nos trajeron otro artista excepcional como es Javier Aramburu. Conociendo su obra no es extraño entender que hayamos elegido uno de sus trabajos, Contra la ley de gravedad, disco de Los Planetas editado en 2004, como la mejor portada para que abriera este Litoral. Hay que reseñar también ciertos aspectos de estilo que hemos seguido en el diseño para confeccionar esta edición. Para que no pareciera un catálogo de discos por correo y con el ánimo de destacar la obra artística más que la propaganda, hemos eliminado todo aquello que entorpeciera su perfecta visión, buscando, eso sí, con más ahínco que algunas publicaciones, la autoría de todos estos trabajos.
El último día de tratamiento, le diría a la hija de ese gran batería del rock que ya sólo me queda agradecer y felicitar a todos aquellos que han participado en este Litoral, en especial a Manuel Bellido y Sabino Méndez, artífices en gran medida de que este silencioso concierto de papel se pusiera en marcha.
LORENZO SAVAL
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