Al principio existían el Caos y la Noche
Aristófanes
Aún no había llegado cuando la nombramos por primera vez aquella tarde. Teníamos que decidir cuál sería el próximo Litoral entre una numerosa serie de propuestas que había sobre la mesa.
Allí estaban los proyectos de siempre, los malditos, los olvidados, los deseados, los empezados y no terminados, los sonados, los desvelados, hasta los imposibles. Y de pronto surgió la Noche.
José Antonio Mesa Toré, poeta de aspecto nocturno cuando se le conoce de día y bronceado cuando te lo encuentras de noche, contuvo sus silencios algo más de lo normal, antes de mostrar la carta que tenía escondida. Lo hizo con premeditación y alevosía y seguro de acertar porque su rostro tuvo esa mueca inconfundible de quien dispara a bocajarro directamente al corazón.
¿Y la Noche?
No hizo falta decir nada. La noche entraba en ese momento por la ventana de La Marea, donde hacemos la revista, llenando de sombras todos los demás proyectos. Los Litorales malditos seguirían siendo malditos otro año más y había una luna perfectamente dibujada en el cielo para sellar el pacto.
La noche ha sido el escenario de la mitad de nuestra vida y de la mitad mejor, afirmaba Goethe; quién puede vencerla, si allí están nuestros mejores sueños y terrores más íntimos.
Inmediatamente nos pusimos en marcha, primero había que buscar a un selecto grupo de pasajeros dispuestos a embarcarse con estudios, textos, cuadros y poemas. No fue difícil encontrarlos, la noche tiene muchos cómplices en el arte y la literatura que están acostumbrados a la oscuridad, que han visto las estrellas o conocen algún sonámbulo.
La tripulación, la de siempre, esta vez con un telescopio en mano, y una escalera al cielo, cazando galaxias, atrapando noctámbulos, durmientes y nebulosas y descifrando sueños.
Hasta que llego el alba.
LORENZO SAVAL